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Por Franco Giuffra, Empresario

No hace falta adentrarse mucho en el Perú profundo y remoto para conocer de primera mano cómo el Estado decepciona a los ciudadanos, los trata mal o simplemente los ignora. Una tarde cualquiera en el Policlínico Angamos de Essalud, en el distrito limeño de Miraflores, es suficiente.

En los escasos metros cuadrados de esa emergencia está todo el drama de la salud pública. Pacientes y familiares esperan parados, llenan los pasillos, se agolpan en los ingresos. Todo gestionado por los guachimanes, que parecen superar en número a doctores y enfermeras. 

Camillas insuficientes mantienen a las ambulancias con heridos en la puerta. La gente suplica por un espacio, por alguien que les ponga una inyección, por un análisis o una radiografía. Enfermos, familia, bomberos, custodios del orden y curiosos comparten la estrechez. Nadie organiza nada. Lo poco que fluye lo hace en plazos desesperantes.

Una vez adentro, los tópicos están rebasados. No hay espacio para nada. En poco más de 100 metros cuadrados hay sillas de ruedas que no pueden moverse porque chocan con las camillas, médicos que descansan después de sus turnos, gente mayor que llora mientras le ponen un pañal a vista de todos. Todo el mundo rogando para que le digan qué sigue, cómo hace, quién se encarga.

Si el enfermo no llega con un familiar y un amigo que tramite las cosas, está frito. El familiar cuida, protege el espacio conseguido, se asegura de no perder la camilla. El tramitador investiga y descifra. Corre a la farmacia del sótano, ruega por un ticket de rayos X, convence a otro guachimán para una toma de sangre. Enfermo, acompañante y tramitador es lo mínimo que se necesita para recibir alguna atención.

No hay mala atención por parte del personal de salud. En medio del caos, tratan de hacer lo mejor posible. Pero absolutamente toda la infraestructura, equipos, servicios, espacios es insuficiente. No hay manera de acomodar el dolor y la angustia de todos. Así es el Perú y Angamos no es la excepción: los pobres siempre tienen que sufrir.

Essalud no deja de estar en crisis. El sistema simplemente es incapaz de atender a su población creciente de asegurados. Todos los años esa población se incrementa y envejece. Mientras los presupuestos se reducen. Desde el Congreso se dictan leyes que aumentan afiliados y coberturas, y otras que disminuyen las aportaciones. La red de establecimientos crece, aunque de manera insuficiente, añadiendo más complejidad. Sin duda, es la entidad pública más difícil de administrar.

Acaba de inaugurarse una moderna central de emergencias en el Hospital Rebagliati, a un costo de 100 millones de soles. ¿Cuánto tiempo pasará para que esa modernidad llegue a los más de 100 hospitales y policlínicos de Essalud? Mil años, seguramente. Sobre todo cuando el Estado prefiere destinar 3.500 millones de dólares en modernizar una prescindible refinería de petróleo. O 2.000 millones en construir una carretera interoceánica que se usa poco. O 4.000 millones en un gasoducto cuya demanda es incierta.

Ahora faltan los 1.000 millones de dólares para construir las sedes de los Juegos Panamericanos y otros muchos miles más en proyectos públicos de cuestionable rentabilidad social, alentados por el lobby del “déficit de infraestructura” y facilitados por las constructoras brasileñas.

¿Y a los pobres que luchan en las emergencias de Angamos y de todo el país, cuándo les llega su buena pro?

Fecha: 30 junio 2016 | Fuente: El Comercio

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