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Por Luis Alberto Moreno, Presidente del Banco Interamericano de Desarrollo.

Algunos países, como Arabia Saudí, dependen del petróleo. Otros, como China, viven de su abundancia de mano de obra. El Perú es distinto, porque su economía funciona en base al agua. La minería y la agricultura, dos de sus principales generadoras de divisas, no existirían sin agua.

Por eso, en el Banco Interamericano de Desarrollo (BID) nos entusiasmamos cuando el presidente Pedro Pablo Kuczynski nos convocó para pensar estratégicamente sobre el futuro del agua en el Perú. Su objetivo es determinar qué debemos hacer para asegurar que la riqueza hídrica beneficie a todos en el corto plazo, pero también en 10, 20 y 30 años. 

No es difícil imaginar el impacto de una catástrofe hídrica en el Perú. O de la amenaza del cambio climático, con efectos como el rápido retroceso de los glaciares andinos. Afortunadamente estamos a tiempo para evitar una tragedia. Las soluciones variarán de región en región, dado que el Perú combina grandes desiertos con lugares donde nunca falta agua.

La vertiente del Pacífico, donde viven dos de cada tres peruanos, tiene apenas 1,8% del agua dulce. Allí se encuentra Lima, la segunda ciudad más grande del mundo asentada en un desierto.

Para Lima, la primera urgencia es conservar mejor sus fuentes de agua. Las principales causas de contaminación son las filtraciones de aguas servidas, los desechos industriales y mineros y los efluentes de los botaderos de basura. Todos estos factores hacen que sea más caro potabilizar el agua, pero son remediables.

Un segundo paso será diversificar sus fuentes de agua. Aquí jugarán un gran papel los avances tecnológicos. La reutilización de aguas residuales se ha vuelto mucho más atractiva y económica gracias a ellos. Israel reúsa el 80% de sus aguas servidas domiciliarias, equivalente a casi la mitad del agua consumida en Lima a diario.

Mientras la capital espera un año para recibir 6,4 milímetros de lluvia, en la selva llueve esa cantidad en un día. Uno podría pensar que el agua no es problema, por ejemplo, en Pucallpa, pero su servicio municipal solo cubre a la mitad de sus 200.000 habitantes. El resto depende de pequeños proveedores informales. Peor aun, la contaminación industrial y la falta de tratamiento de aguas servidas del río Ucayali encarecen el suministro. 

Si en los próximos años se produce un fuerte crecimiento de la población y de la actividad económica gracias al desarrollo de infraestructura de transporte y logística, Pucallpa podría estar rodeada de agua sin una gota para beber.

Por eso es tan importante reconocer el costo de no hacer nada. El mayor déficit no es de dinero, sino de capacidad de gestión. Una de las prioridades, por ende, será desarrollar esa capacidad al nivel local para asegurar que todos los peruanos, vivan donde vivan, tengan servicios sostenibles en todos los sentidos.

Al igual que en la costa y la selva, los conflictos derivados por la demanda de agua en las regiones agrícolas del sur y las regiones mineras de la sierra requerirán soluciones adaptadas a sus características. La tecnología, sea riego por goteo en el campo o reutilización en procesos mineros, puede ayudar. Pero de poco servirá si no se logran grandes acuerdos entre comunidades, empresas y autoridades. Para eso se requerirá un nuevo concepto de diálogo capaz de forjar consensos duraderos.

Los problemas del agua nunca son insuperables. En el BID lo sabemos desde que hicimos nuestro primer préstamo, hace casi 55 años, para el servicio de agua en Arequipa. Los pasos que debe tomar el Perú demandarán innovación, muchos recursos y aun más paciencia. Pero estoy convencido de que aún tenemos la oportunidad de forjar un futuro en donde el agua es una fuente sostenible de prosperidad para todos. 

Fecha: 22 agosto 2016 | Fuente: El Comercio

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