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Por Miguel AntezanaConsultor en Comunicación Estratégica

Camino a la segunda vuelta electoral, ambos candidatos –y sus equipos de campaña– han demostrado que de comunicación política y de estrategias dentro del marco de ella saben poco. O, simplemente, hacen lo que mejor les parece sin oír a sus asesores.

En términos generales, una estrategia es un camino, una forma, una manera particular de enfrentar una coyuntura para alcanzar objetivos. No hay que ser un genio ni tener posgrados para hacer estrategias. Día a día las hacemos de manera inercial para resolver problemas cotidianos. 

De cara al 5 de junio, la obvia estrategia es captar la mayor cantidad de simpatizantes con las propuestas programáticas, los planes de gobierno y soluciones a los problemas conocidos (simpatías que deberían materializarse en el voto). Esta captación de adeptos en segunda vuelta debería ser eminentemente cualitativa, pues es solo entre dos candidatos. 

Debería, además, ser una etapa de negociación con comunidades, con grupos de interés (en la zona andina, por ejemplo), en la que se llegue a acuerdos previos al gobierno que permitan ver con optimismo la gobernabilidad. No obstante, la ciudadanía es la que menos está participando en estas labores. 

Comentaristas y analistas hablan más sobre de lo que dijo la candidata, lo que replicó el hermano, lo que sentenció el congresista electo, la justificación del viaje del candidato, la negación a lo que dice su plan de gobierno y otros asuntos que coquetean con el chisme en lugar de poner sobre la mesa ideas, alternativas de gestión gubernamental y temas claves que necesita conocer la población.

Pudiera inferirse que la estrategia de ambas partes es evitar el debate. Pero también pudiera ser la conocida “ataca para provocarlo(a)” o la tradicional “sácale los trapitos sucios”. Todas ellas formas muy conocidas que revelan lo lejos que las organizaciones políticas peruanas están de la madurez necesaria para generar procesos responsables de comunicación política en sentido estricto. 

Lo único que demuestran saber hacer son las tradicionales labores de mercadeo electoral (venta del producto), actividades proselitistas (con poco o nulo contenido de propuestas estructurales) y de relaciones con los medios (entrevistas y cobertura de actividades). Hasta ahora, el elector no es partícipe de la campaña, es un simple espectador que debe tomar una importante decisión con pocos elementos de juicio.

Otra característica de las “estrategias” que exhiben ambos candidatos es la ausencia de coordinación de mensajes claves entre todos los miembros del equipo, formales e informales. Es decir, los miembros de las planchas presidenciales, los congresistas electos y otros actores relacionados. 

La no uniformidad y la no existencia de banderas programáticas que distingan a uno del otro hace que la población asuma que son más de lo mismo y el enfoque sea hacia la persona y a lo que cada uno de ellos representa. Arrinconados en esa esquina, la confrontación no es de ideas sino de los elementos que componen el antivoto de cada candidato.

Ante ese panorama es que llegamos fácilmente al conocido “voto por el menos malo”, y no por la mejor opción que cada elector debería considerar. Es más, de calentarse el ring –como pudiera suceder en las dos semanas previas al 5 de junio– se elegirá a un sobreviviente y no a un presidente.

Esta nada nueva historia nos lleva a reflexionar que la estrategia tiene que cambiar de manos. Pasar de las organizaciones políticas –que ni son organizadas, ni son políticas– a una sociedad con conocimiento de estándares mínimos de cultura ciudadana y de responsabilidad. Una nueva estrategia, una nueva sociedad. 

Fecha: 03 mayo 2016 | Fuente: El Comercio

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