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Por Ricardo Stok, PAD Universidad de Piura

Hemos escuchado la presentación de nuestro presidente del Consejo de Ministros, señalando los cuatro ejes en los que se centrará su tarea: oportunidades en la inversión social, seguridad ciudadana, empleo y formalización y, finalmente, acercar el Estado al ciudadano. Me parecen muy atinados y, desde luego, toda una tarea; esperamos que pueda llevarla a cabo. 

Hay, sin embargo, un escollo difícil, especialmente por su naturaleza un tanto camuflada: me refiero a la implementación. En las empresas, es este un enemigo no pequeño, que puede hacer ineficaces los planes o estrategias más ambiciosas.

En efecto, suele ser relativamente fácil establecer estrategias y planes muy bien estructurados y detallados; sin embargo, la puesta en marcha, y especialmente su perseverancia, requiere unas cualidades y capacidades que a nuestra condición latina parecen ser esquivas. Esto se hace aún más arduo cuando asoman las dificultades. Parece ser propio de la naturaleza humana, con tendencia hacia lo horizontal…

Pero cuando hablamos del sector público, donde interactúan muchos actores, con roles diversos y con intereses y objetivos disparejos, la implementación de políticas y acciones definidas se hace una tarea compleja y es fácil “tirar la toalla”.

Si a esto le añadimos unos ingredientes muy importantes que han aparecido últimamente, la cosa se complica todavía más. No son muchas las personas que quieren asumir tareas públicas por temor, por ejemplo, al insulto, a la denostación sin sentido, al vilipendio de la honra.

Y si sumamos la amenazante Contraloría, ¿quién se atreve? Y no digamos cuando aparecen las denuncias infundadas, sin la más mínima reparación o disculpa posterior.

Se yergue así un fantasma polifacético que aleja a mucha gente de buena voluntad.

Ser funcionario público es, desde luego, un acto de servicio desinteresado, aunque al parecer a algunos les cuesta entenderlo; es un servicio a los demás ciudadanos, que requiere muchas responsabilidades, pero también reclama comprensión y defensa de la honra personal.

Por eso, una de las facultades más importantes de todo gobernante es promover la acción privada, mediante una inteligente aplicación del principio de subsidiariedad: aquello que pueda ser realizado por una entidad de orden inferior, no debe hacerlo una de orden superior; y aquello que puedan hacer los privados, mejor que no lo haga el Estado.

Así se da cumplimiento a lo establecido en la Constitución cuando se refiere a la actividad empresarial del Estado.

Con razón se han lamentado los actuales gobernantes de la excesiva burocracia con la que se han encontrado.

El destrabe que se propone es encomiable y absolutamente necesario, pero difícilmente será eficaz si no va acompañado de una auténtica reingeniería del Estado. Hacer eficaz al Estado es una tarea ímproba, que requiere claridad de mente, férrea voluntad y alta dosis de muy buena comunicación y una perseverante implementación. Es como luchar contra la Hidra de Lerna: un monstruo de la mitología griega con nueve cabezas venenosas y aliento mortal, cuando se le cortaba una, dos crecían en su lugar. La burocracia posee la “virtud” de regenerar dos cabezas por cada una que pierde.

Por eso, una tarea pendiente es hacer más ágil el aparato estatal: ciertamente esos fantasmas que amenazan a los funcionarios no desaparecerán, pero al menos tendrán menor campo de acción. Y un Estado más concentrado en sus principales tareas, en aquellas que no pueden ser delegadas, es garantía de eficacia y de justicia.

Fecha: 27 septiembre 2016 | Fuente: Gestión

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