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Por Roberto Abusada Salah

La carta de la señora Keiko Fujimori y su respectiva respuesta de parte del presidente Pedro Pablo Kuczynski han sido objeto de todo tipo de análisis, críticas, expresiones de esperanza y sugerencias acerca de qué temas tratar y qué otros evitar. El escrutinio se ha extendido hasta abarcar interpretaciones de lo que los remitentes pretendieron decir entrelíneas. Todo ha sido comentado hasta las náuseas en un escenario casi surrealista dentro del cual algunos incluso otorgan al encuentro de hoy la virtud mágica de producir un punto de inflexión en las relaciones entre el Ejecutivo y la oposición, que resolverá el problema de la persistente crispación política y al mismo tiempo terminará con la parálisis económica que hoy aflige al Perú.

Yo no lo creo. 

Todo el revuelo alrededor de la tan mentada reunión se suscita sencillamente porque la ciudadanía ha permanecido todo un año esperando que algo tan evidentemente necesario se produzca (la reunión convocada en diciembre por el cardenal, como sabemos, fue respondida en deferencia al rango y sin agenda alguna). El diálogo debió ocurrir en los días siguientes a la elección, y tuvo que haberse convertido en tarea continua de un gobierno cohabitando con un partido de oposición con mayoría absoluta.

Personalmente, creí que apenas electo, PPK se dedicaría activamente a tender puentes. Antes de que el presidente asumiese el cargo, y en este mismo espacio, agregué la palabra ‘pontífice’ (el que tiende puentes) a su nombre, en referencia etimológica a la tarea que debería emprender. Entonces subrayaba: “[…] el escenario político que la votación popular ha configurado requerirá de PPK algo más que un simple ‘voltear la página’. Subsisten las heridas que el contendor ha sostenido. Y no se trata de un contendor cualquiera, sino (de) quien tiene una fuerza congresal mayoritaria y también una organización nacional considerable. Fuerza Popular enfrenta una tarea tanto o más difícil: caminar sobre la delgada línea que separa su ya anunciada férrea oposición y el torpe obstruccionismo suicida” (“PPK, pontífice”, 14/6/2016).

Esos imprescindibles puentes no se tendieron.

La única manera en que el encuentro de hoy tenga frutos positivos para la nación es si se convierte en el inicio de un diálogo permanente para sacar al país de la inaudita situación en que se encuentra, a través de un acuerdo de gobernabilidad que vaya mucho más allá de los puntos que la señora Fujimori propone en su carta para poder abarcar reformas sin las cuales es imposible el progreso. Se debe llegar a acuerdos sobre política laboral, salud, pensiones y el Poder Judicial. También reconocer que el Estado es débil, disfuncional, y que la nación se encuentra ante el inminente peligro de perder su carácter unitario y convertirse en un archipiélago de pequeños estados debido a una regionalización mal entendida y peor implementada.

Pocos han apreciado en toda su magnitud el daño que ha sufrido el país bajo el gobierno de Humala-Heredia. Ello debido a la prédica antiminera que desarrolló Humala con temeraria ignorancia durante su campaña a todo lo largo de uno de los territorios mineros más importantes del mundo, la ineptitud de su manejo económico, su contribución exultante al deterioro institucional o su actitud despectiva hacia la inversión privada. Desde hace cuatro años, la economía peruana está debilitada. 

La inversión privada y pública empezó entonces el largo e inevitable proceso de desmoronamiento a causa del desgobierno. Todos estos males permanecieron enmascarados por la prosperidad que generaron los altos precios de los minerales y el empuje en la industria y en el sector servicios ocurrido durante el proceso constructivo de los megaproyectos mineros. Hoy no solo no existe inversión en nuevos proyectos mineros ni de infraestructura productiva, sino que su inexistencia se reproduce en el desánimo y la parálisis de literalmente millares de emprendimientos de todo tamaño donde radica verdaderamente el dinamismo de una economía. 

Son estos los problemas que por el bien del país se deben abordar en el diálogo. Si el gobierno de PPK fracasa, habremos perdido otros cinco años sin poder disminuir la pobreza, y sin dar oportunidad alguna al millón y medio de jóvenes que se habrán incorporado a la fuerza laboral con la expectativa de hallar un empleo digno. 
También Fuerza Popular habrá sepultado toda posibilidad de ser gobierno. El fortalecido populismo que ya se respira por doquier puede tornarse imparable al acercarnos al bicentenario. Ese partido político que reclama ser heredero de las reformas de mercado de la década de 1990, la pacificación y la modernización del país puede terminar como responsable de la paralización económica y de entregar las riendas del gobierno a nuestra izquierda conservadora y retrógrada, siempre pronta a reeditar con entusiasmo sus fracasadas recetas.

Fecha: 11 julio 2017 | Fuente: El Comercio

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