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Angus Laurie Arquitecto

Si hay una lección para Lima 2019 sería gastar en las necesidades de la ciudad a largo plazo

Los Juegos Olímpicos de Río de Janeiro terminaron hace una semana. Las historias del gran espectáculo resaltan en nuestras memorias, como las victorias de Usain Bolt, Michael Phelps y el escándalo de la mentira de Ryan Lochte. Ahora, el impacto real será percibido por los residentes de Río de Janeiro, quienes experimentarían un cambio perdurable, ya sea positivo o negativo.

Para Lima, los Juegos Olímpicos del 2016 representan un caso de estudio en uno de nuestros países vecinos , que puede ofrecer ideas de qué hacer o no en el caso de los Panamericanos del 2019, tres años por delante.

Recientemente, el interés en ser anfitrión de un megaevento ha perdido fuerza en el ámbito global. Los Juegos Olímpicos de Invierno de 2022 regresarían a Beijing por segunda vez en solo 14 años. Parte de la razón es porque desde el 2012, el número de ciudades candidatas ha experimentado una marcada tendencia a la baja. En el 2012, nueve ciudades fueron candidatas; en el 2014 fueron siete; en el 2016, siete; 2018, tres; 2020, cinco; y en el 2022, solo dos. Esta tendencia refleja el creciente consenso de que los megaeventos son más una apuesta que una inversión para la urbe anfitriona.

Y quizás, más que otros Juegos, los de Río de Janeiro han generado opiniones diversas sobre su éxito o fracaso. Más allá del color que tomaron las piscinas durante el evento, el impacto de estos Juegos ha sido muy importante para la ciudad, reflejado en su presupuesto de US$12 mil millones. Este monto es parecido a los US$11 mil millones que Brasil invirtió en la Copa Mundial de Fútbol que, según “New York Times”, solamente dejó “una constelación de 12 nuevos o renovados estadios, la mayoría de los cuales no se utilizan regularmente”.

En cambio, del presupuesto para Río de Janeiro 2016, solamente US$4,6 mil millones fueron invertidos en las sedes para el evento. La mayor parte fue destinada a proyectos de infraestructura para la ciudad, que incluyeron más de 160 kilómetros de vías para tránsito rápido, cuatrocientas nuevas escuelas y hospitales.

Las protestas en Río de Janeiro en contra la reubicación de 22.000 familias desde el 2009 es otro punto crítico. Según “The Guardian”, solamente 344 de estas familias fueron trasladadas a otros lugares debido a la construcción de las sedes. Las demás expropiaciones fueron hechas para ejecutar proyectos de infraestructura que la ciudad necesitaba desesperadamente y que, según algunos expertos, habrían tomado hasta 30 años en materializarse si no fuera por los Juegos Olímpicos.

Así, se contribuyó con la regeneración de una ciudad que ha sufrido económicamente desde 1960, cuando Brasilia se convirtió en la capital del país.

Si hay una lección para Lima 2019 sería gastar en las necesidades de la ciudad a largo plazo, para que así los Panamericanos sean una buena apuesta.

Fecha: 29 agosto 2016 | Fuente: El Comercio

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